viernes, 20 de noviembre de 2009

"Más rápido, más simple, más barato", la consigna que rige el periodismo de hoy

“Más rápido, más simple, más barato. Éstas son las consignas que rigen el periodismo de hoy”. Permítanme que tome prestadas estas palabras del fotógrafo bonaerense Daniel Lerne, escritas para su participación en la edición de PhotoEspaña de este año. Es difícil resumir mejor, y de forma más concisa, la situación que atraviesa la profesión periodística hoy en día y muy especialmente la que a él le afecta: el denominado fotoperiodismo.
Evidentemente, parece que los tiempos pasados, aquellos de los grandes reportajes fotográficos, de las míticas agencias, de los viajes de aventura... han pasado. Sí, quedan los buenos fotógrafos, pero las cosas no son iguales. El pasado mes de septiembre, con motivo del festival Visa pour l'Image, que se celebra por esas fechas cada año en la localidad francesa de Perpignan, el diario “Le Monde” publicaba un artículo titulado “Tiempo de penurias”, en el que daba con algunas de las claves de la situación que atraviesa el sector: aumento en el número de agencias, bajada general de precios, generalización de las fotografías libres de derechos, la aparición de fotógrafos amateur y de Internet... Todo ello, sin olvidar el llamado periodismo ciudadano, por el cual cualquier persona con una cámara o un simple móvil puede enviar una fotografía desde cualquier punto del planeta antes de que el profesional de un medio o de una agencia se haya puesto siquiera en marcha. Está claro que este tipo de trabajos nunca tendrán buena calidad, pero volvemos a la frase de Daniel Lerne: “más rápido, más simple, más barato”.
Porque ese es el principal problema, la falta de dinero. Si hay que recortar gastos, se hace de aquello que va en detrimento de la calidad. Lo importante es que el periódico o la revista siga saliendo a la calle, aunque el contenido sea manifiestamente mejorable. Los fotoperiodistas, los reporteros gráficos que se dedican a los grandes reportajes, se quejan de que, no sólo hay mucho menos trabajo que hace unos años, sino que, además, los precios llevan años estancados o, incluso, han caído.
“En 1994, yo trabajé seis meses seguidos para “Geo” en un reportaje sobre los elefantes en distintos países de Asia. Esto, actualmente, es totalmente inimaginable”, aseguraba en “Le Monde” Patrick Aventurier, de la mítica agencia francesa Gamma, que atraviesa graves problemas económicos. De hecho, según aseguran muchos de los profesionales que se dedican a este tipo de trabajos, afirman que sus honorarios se han visto drásticamente recortados, pues las tarifas son las mismas de hace años, mientras que los gastos de desplazamiento, de material, alojamiento, traductor... han subido.
Pero basta echar un vistazo a los periódicos de todo el mundo para darnos cuenta de esta situación. Las noticias de cobertura mundial, aquéllas que aparecen en las portadas de los diarios de todo el planeta, van ilustradas con las mismas fotografías, una triste uniformidad que marcan las dos o tres grandes agencias de prensa globales. Si a esto le unimos que en muchos casos los textos también proceden de agencias, estaríamos ante las mismas noticias con las mismas fotos en cualquier lugar. Los efectos perversos de la globalización y de la crisis. Los periodistas nos convertimos, en demasiadas ocasiones, en escribidores de pies de foto.
Pero hay que pensar en el futuro. Vale que los grandes reportajes, como los grandes viajes de exploración de finales del siglo XIX y principios del XX, casi han desaparecido. Sin embargo, Internet está ahí, disponible, para que los fotógrafos puedan colgar sus trabajos cómo y cuándo quieran, sin necesidad de intermediarios. En lugar de trabajar por encargo, quizás allá que hacer como hicimos todos en nuestros inicios: realizar un trabajo y tratar de venderlo al mejor postor.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Por un tipo de IVA cero para la venta de periódicos


La Asociación Europea de Editores de Diarios (ENPA en sus siglas en inglés ), que representa a más de 5.000 diarios nacionales, regionales y locales europeos, ha clausurado en Sevilla su Asamblea General con una declaración en defensa de una prensa libre e independiente y de un tipo cero de IVA para la venta de periódicos.

En su "Declaración de Sevilla", la ENPA hizo un llamamiento al Parlamento Europeo y a la Comisión Europea en defensa de los derechos de autor y en contra de cualquier restricción a la libertad de expresión informativa o publicitaria. Además, los editores europeos se mostraron contrarios a una posible directiva comunitaria sobre concentración y pluralismo de los medios porque podría derivar en regulaciones y restricciones de contenidos.
La ENPA ha alertado de que esa directiva podría incluso destruir la libertad de prensa, cuando la libertad de expresión prevalece sobre cualquier presión o interferencia de una autoridad pública. A su juicio, las instituciones europeas deben prevenir cualquier tipo de restricción publicitaria porque estos ingresos son esenciales para garantizar periódicos independientes y con contenidos editoriales de calidad. Además, animan a los poderes públicos a apoyar un "sólido régimen de defensa de los derechos de autor que proteja y promueva la creatividad de los diarios y sus importantes inversiones en contenidos digitales de calidad", informa Servimedia.

El texto completo de la Resolución de Sevilla en:

martes, 3 de noviembre de 2009

¿Quién ayuda a los periódicos?

No hay subvenciones para los diarios, aunque sí para el cine, y muchas. Tampoco la gente parece dispuesta a gastarse poco más de un euro en comprarlos, aunque no se quiten del tabaco o la cerveza. Pero luego, cuando desaparezcan muchos de ellos, todos se echarán las manos a la cabeza.

Los medios de comunicación siguen de capa caída. No hay brotes verdes sino más bien despidos, precariedad, reducciones salariales, incumplimientos de convenios... Se han perdido ya miles de puestos de trabajo y ninguno de los que aún lo conservan puede afirmar con seguridad que el año próximo seguirá donde está.
Todo el mundo habla de la crisis del sector, del cambio de modelo, de la desaparición del papel... y todos se echan las manos a la cabeza. ¡No se puede permitir que desaparezcan los diarios! Pero, ¿quién hace algo para evitarlo? Para empezar, cada vez menos gente compra el periódico, única manera que tiene el ciudadano de a pie para que los diarios sigan existiendo. Todos se quejan, pero, al final, prefieren ver la edición digital que es gratis -y en el trabajo, además, que no cuesta-, leerlo en el bar o coger un gratuito, que no es lo mismo, pero no hace falta aflojase el bolsillo.
Sin embargo, lo más preocupante es la pasividad de las instituciones. Si se supone que los periódicos somos parte del patrimonio cultural de la sociedad, que somos un producto cultural como lo son los libros, ¿por qué nadie ayuda?
¿Es acaso lógico que cualquier mindundi ruede una película de ínfima calidad y que nadie va a ver y que, sólo por eso, se lleve una pasta en subvenciones?, ¿por qué el cine sí y los periódicos no?, ¿por qué las administraciones subvencionan directa o indirectamente a otros productos culturales -cine, teatro, música...- y no a los medios? Porque, no nos engañemos, la publicidad no es subvención, sino que más bien es un escaparate para que los organismos oficiales vendan sus logros y, al tiempo, una forma de repartir dinero en función de la ideología del medio.
Haría falta que nos echásemos todos a la calle, como hacen los agricultores, los ganaderos, los mineros o cualquier otro colectivo? Seguro que sería la única manera de que alguien escuchase los problemas del sector, pero la desunión es tal, las guerras internas entre los medios son de tal calibre, que sería poco menos que imposible que fuésemos juntos a ningún sitio.
Y una cosa más, ¿dónde están los sindicatos? No me refiero a los comités de empresa de cada medio, que hacen lo que pueden, que no es poco, sino a los grandes, a los que sí que viven de subvenciones y ayudas del Estado, a los que sólo salen cuando la empresa es grande y van a ocupar minutos en el telediario. ¿Dónde están los señores Méndez y Fernández Toxo cuando se trata de defender a trabajadores sin eco mediático, sin comités, con miedo a quedarse en la calle si se quejan?
Parece que la FAPE y otros colectivos siguen presionando al Gobierno para que desatasque las ayudas prometidas a la Prensa pero, de momento, nada de nada. Esto tiene pinta de que cuando quieran hacer algo, la mayoría de los periódicos haya cerrado y no haya muchos trabajadores ya a los que ayudar. Entonces, eso sí, se las repartirán a los que sobrevivan, que serán aquéllos a los que menos falta les hacía.
Desde luego, a miles de periodistas, cualquier ayuda ya le llega tarde.

El fin de los periódicos


Es de agradecer la publicación de un libro como "El fin de los periódicos" que, editado por Duomo, recoge siete artículos, obra de otros tantos autores, que abordan la situación actual de la Prensa y, sobre todo, se aventuran a vaticinar cómo será en el futuro más inmediato. Desde la especialización, hasta la desaparición de la actual estructura productiva de los periódicos, que ocupan hasta el 60% de sus recursos en trabajos no periodísticos: impresión, distribución, transporte... Todos estos temas son analizados en este libro. Bree Nordenson, autor de uno de los artículos, analiza la sobrecarga informativa que sufrimos, la incapacidad para procesar tanta información que nos llega desde tantos lugares y a veces de forma tan invasiva como la propia publicidad. Tanto es así que, en muchas ocasiones, los lectores, ante tal volumen de noticias, se ponen a la defensiva y menor es el esfuerzo que están dispuestos a hacer para interesarse por dicha información. Sin embargo, al mismo tiempo, también se ha llegado a la conclusión de que esta sobrecarga no va unida, necesariamente, a una mayor calidad de las informaciones. De hecho, lo que se echa en falta es profundidad, análisis, reflexión... Lo de que los árboles no dejan ver el bosque es en este caso una realidad.
Se trata, por tanto, de un libro más que recomendable. Destaca además la introducción, del periodista y columnista Arcadi Espada, que plantea una serie de claves de los problemas que acechan a la profesión: 1. Las dificultades del establecimiento de un nuevo modelo de negocio del periodismo en el contexto digital;
2. El cambio radical en un paisaje informativo donde la fuente puede contactar sin mediación con los ciudadanos; 3. La evidencia, de formidables consecuencias, de que el periodismo ya no gestiona en solitario el debate sobre el conflicto social; 4. El reconocimiento de que el periódico de la gran época industrial era un proveedor no sólo de noticias, discusión y conocimiento, sino también de amenidad: y que primero la radio, luego la televisión y, last but not least, internet han reducido drásticamente su ambición; 5. La emergencia de nuevas narrativas vinculadas a la combinación de audio y escritura en el texto; 6. La desaparición del formato y la distribución de la información a lo hondo, y no a lo ancho y largo, mediante el hipertexto; 7. Las posibilidades de transparencia en la gestión pública que permite el medio digital y su exitosa vinculación con el periodismo; 8. La mejora cualitativa del periodismo a partir de la precisión que aportan las consultas en los buscadores y bases de datos informatizadas, y 9. La conversión de la información en un flujo continuo.

Ahí queda eso.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Lo políticamente correcto, una nueva forma de censura

No hay peor censura que la no escrita, que la que se autoimponen los medios por miedo a las reacciones de determinados colectivos biempensantes que se arrogan el poder de decidir qué se puede decir y qué no. De ahí a la dictadura, sólo hay un paso.

Una de las losas más pesadas de la sociedad en la que nos ha tocado vivir es la de lo políticamente correcto, una censura disfrazada de “buen rollo” que ha perfilado un estrecho camino ideológico del que no es recomendable salirse, ni siquiera pisar los bordes, si no se quiere correr el riesgo de ser expulsado del redil. Esta meliflua corriente que lo invade todo y que coarta toda libertad de pensamiento ha arrastrado también a la inmensa mayoría de los medios de comunicación, que por convicción u obligación han optado por tratar de sacar lo menos posible los pies del tiesto.
Esta situación de censura se ha puesto de manifiesto recientemente en dos ocasiones que me han llamado significativamente la atención. En primer lugar, hace poco más de un mes, el diario “El Mundo”, con motivo del 70 aniversario del inicio de la II Guerra Mundial, entrevistaba a una serie de historiadores, entre ellos a David Irving, un revisionista que llega a plantearse la existencia del Holocausto. Posteriormente, la pasada semana la BBC, la televisión pública del Reino Unido, decidía invitar a un debate de máxima audiencia con políticos de otros partidos a Nick Griffin, máximo dirigente del Partido Nacional Británico, una formación política de extrema derecha y de marcado carácter racista que aboga sólo admite a blancos entre sus filas, que está en contra de la inmigración. En ambos casos, la polémica generada fue enorme. Tanto la entrevista con el historiador como la participación televisiva del político provocaron protestas, quejas...
El debate que abren este tipo de situaciones es profundo, pues alcanza a los cimientos mismos de la libertad de prensa. ¿Deben los medios dar cabida a todas las opiniones, las compartan o no?, ¿deben los medios decidir qué opiniones son “malas”?, ¿se deben censurar determinadas opiniones? Evidentemente, si cuestionamos la libertad de prensa, cuestionamos también la existencia misma de los medios, del periodismo.
No cabe duda de que hay opiniones peligrosas, de que hay opiniones deleznables y totalmente rechazables, pero eso no quiere decir que no existan, que no estén ahí, entre nosotros, y de que mucha gente las comparta. ¿No deben tener cabida en los medios? Nadie está hablando aquí de defenderlas ni de compartirlas, sino de manifestar su existencia. No creo que la actitud que deban adoptar los medios de comunicación sea la del paternalismo protector, sino la de mostrar la realidad tal cual es, pues lo contrario nos acabaría llegando a dar sólo noticias buenas y evitar las malas, a dar sólo opiniones buenas y evitar las malas, lo cual supondría, lógicamente, que alguien tendría que decidir cuáles son las buenas y cuáles las malas, y eso sólo tiene un nombre: censura.
Pero vayamos más allá: al interés periodístico. Hubieran debido dejar de publicar los medios entrevistas con los jerarcas nazis tras la II Guerra Mundial, o con un líder de los jemeres rojos, o con un asesino en serie o con un líder talibán. ¿Se imaginan a los medios rechazando una hipotética entrevista con Hitler, sólo porque sus ideas sean abominables?
Se debe partir de la base de que las sociedades libres están formadas por ciudadanos libres y, para ello, necesitan una prensa libre, sin ataduras morales. Y no hay peor censura que la que no está escrita, que la que se autoimponen los medios por miedo a las reacciones no sólo de los gobernantes, que también, sino de determinados colectivos biempensantes que, en nombre de una ciudadanía indeterminada y etérea, se arrogan el poder de decidir qué es políticamente correcto y qué no, qué se puede decir y qué no, qué se puede pensar y qué no. De ahí a la dictadura, sólo hay un paso.