jueves, 28 de octubre de 2010

¿Es Wikileaks auténtico periodismo?

Wikileaks. Es la palabra que está en todas las bocas, en todos los debates Y no es para menos. Más allá de la importancia de los documentos que ha ido haciendo públicos tanto la pasada semana como en anteriores ocasiones, me interesa especialmente el papel que juega su irrupción como fenómeno informativo en el panorama periodístico actual.

Para muchos, su labor pone en entredicho la labor del periodismo tradicional. Su fundador y portavoz, Julian Assange, aseguraba recientemente en una entrevista que “dado el estado de impotencia del periodismo, me parecería ofensivo que me llamaran periodista”, por lo que el denomina “abusos” de esta profesión. “¿Qué abusos?”, le preguntaba la periodista. “El mayor abuso es la guerra contada por los periodistas. Periodistas que participan en la creación de guerras a través de su falta de cuestionamiento, su falta de integridad y su cobarde peloteo a las fuentes gubernamentales”. Ahí es nada.

Me muestro de acuerdo con Assange en buena parte de sus declaraciones acerca de esta profesión y sus miserias. Falta de cuestionamiento y de integridad son acusaciones muy duras pero no se alejan mucho de la realidad. Los medios y los profesionales no buscan sino el éxito, la primicia, vender más, influir más, tener más eco mediático… ¿Escribimos pensando en el público? Hace mucho tiempo que no, que perdimos de vista al lector, al oyente, al espectador, y eso nos ha conducido a alejarnos de la sociedad y a ser prescindibles. Y sitios como Wikileaks demuestran que la tecnología nos ha puesto en el disparadero y que, o evolucionamos o nuestro papel en el proceso informativo queda en entredicho.

Sin embargo, en lo que se refiere a la forma de trabajar de Wikileaks, no tengo claro que pueda denominarse periodismo. Hay quien asegura que se trata de periodismo sin periodistas, pero me surgen dudas acerca de si recibir cientos de miles de documentos y colgarlos en la red, para que el lector rebusque como en una suerte de rastrillo virtual, es periodismo. No estoy cuestionando el valor de la información que aportan estos informes, pero discrepo en cuanto a que la forma de darlo a conocer sea algo equivalente al periodismo.

Si yo mañana encuentro unos informes confidenciales y los cuelgo de mi página de Internet, para que cualquiera pueda tener acceso a ellos, ¿estoy haciendo periodismo? Evidentemente, no. Pero, además, me surge la duda de si es necesariamente bueno que toda esa información en bruto sea accesible para cualquiera. ¿Por qué? Obviando la idea de que existan guerras “legales” y guerras “ilegales” –o justas e injustas-, no es menos cierto que todos los conflictos bélicos, todos, provocan daños colaterales, sacan lo peor del ser humano estén en el bando que estén y esconden actuaciones atroces de un lado y de otro. La participación de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial en Europa para combatir el nazismo es un claro ejemplo de “guerra justa” y, sin embargo, un “wikileaks” de entonces habría podido sacar miles de trapos sucios de las tropas yanquis a su paso por el viejo continente.

Por tanto, ¿qué ha hecho Wikileaks hasta ahora? Pues, realmente, poner letra a una música que todos conocíamos, concretar con cifras lo que cualquiera podía imaginar. ¿O acaso no sabíamos que tanto en Irak como en Afganistán están muriendo civiles o se cometen torturas? Quiero decir con todo esto que no creo que lo que hace Wikileaks sea, ni remotamente, periodismo de investigación. Paralelamente, este mismo lunes el diario británico “The Independent” informaba de que antiguos miembros de Wikileaks han denunciado que la “obsesión” de Assange con el Ejército estadounidense ha hecho que no se hagan públicas otras filtraciones relacionadas con temas diferentes. Y es que, quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra.

viernes, 22 de octubre de 2010

Los guardianes del español: la RAE y Fundéu

El Nobel a Mario Vargas Llosa ha puesto de manifiesto, no sólo la pujanza del español como idioma, sino la importancia de escribir un buen español, algo que el escritor peruano hace a la perfección, no obstante es miembro de la Real Academia Española desde 1996. Pero el buen uso de nuestro idioma no es, o no debería ser, sólo patrimonio de los escritores o los académicos, sino también de los periodistas, como ya señalábamos en este mismo espacio hace apenas unas semanas, algo que, desgraciadamente, se cumple cada vez menos.

Por este motivo, es digno de elogio el esfuerzo que hacen distintas instituciones en favor del español. Evidentemente, la RAE es una de ellas y, quizás la más importante, en cuanto “tiene como misión principal velar porque los cambios que experimente la Lengua Española en su constante adaptación a las necesidades de sus hablantes no quiebren la esencial unidad que mantiene en todo el ámbito hispánico”. Pero más allá de su labor formal, es de destacar el trabajo que realiza como guía del idioma, fundamentalmente a través de su página web www.rae.es, con la versión digital de su diccionario del panhispánico de dudas y desde la que responde a consultas relacionadas con el idioma. Acaba de publicar, además, el manual de la Nueva Gramática de la Lengua y está a punto de lanzar una edición actualizada de la Ortografía, publicada en 1999, y que busca una política lingüística común para todos los países de habla hispana. Tendrá unas 700 páginas, aunque se editará también una versión reducida “y hasta una cartilla”.

Menos conocida quizás, y no por ello menos importante, es la magna y espléndida tarea que realiza la Fundación del Español Urgente (Fundéu), institución creada por la agencia Efe y BBVA, sin ánimo de lucro, “que tiene como principal objetivo colaborar con el buen uso del idioma español en los medios de comunicación, cuya influencia en el desarrollo de nuestra lengua es cada vez mayor”. Y vaya si lo hacen. Desde su creación, hace poco más de cinco años, han tratado siempre, a ambos lados del Atlántico, de resolver cuantas dudas se plantean en relación con el uso de nuestro idioma, respondiendo rápidamente a las cuestiones requeridas. Una de sus principales herramientas para ejercer su labor es la tecnología, ya que gracias a Internet -www.fundeu.es- la pueden llevar a cabo de forma más rápida y directa.

Así, responde a las consultas de los medios mediante el correo electrónico, el teléfono o cualquier otro sistema, lo que hace de Fundéu, según sus propias palabras, “una suerte de «consultoría de intervención rápida» ante neologismos y otros problemas que contribuyen a dificultar la comunicación entre los hispanohablantes”. Realiza además informes lingüísticos, actualiza el Manual de Español Urgente –libro de estilo de la Agencia Efe-, ha creado y mantiene un foro en Internet que alberga debates sobre temas lingüísticos, edita libros… y, desde hace menos de un mes, también ha apostado por Twitter. Quizás sea esta última herramienta un termómetro perfecto de hasta qué punto su labor es importante para los periodistas: desde su llegada a esta red social, el 30 de septiembre, cuenta ya con más de 1.300 seguidores -900 sólo en la primera semana-, buena parte de ellos profesionales del sector de la comunicación. Además, es interesante constatar cómo la interactividad de esta red social ha servido para que determinadas cuestiones sean debatidas en tiempo real entre la propia Fundéu y sus seguidores, como fue el caso de los términos “tuitear”, para referirse a escribir mensajes en Twitter, o “tuitero”, como término que define a quien la usa.

También es muy interesante y tremendamente útil, tanto para los periodistas como para cualquier persona interesada en el uso de nuestro idioma, su diccionario de dudas, que denominan Vademecum -fundeu.es/esurgente/lenguaes/- y que es siempre de gran ayuda.

domingo, 17 de octubre de 2010

Los últimos artesanos del periodismo

Mientras los grandes medios se debaten entre la comunicación 2.0 y el apego al papel, mientras los periodistas de postín discuten si su futuro será digital, impreso o si no será, mientras los gurús ponen fecha a la defunción definitiva de los periódicos, tal y como hoy en día los conocemos… mientras todo esto ocurre aún quedan pequeños reductos donde el periodismo todavía es un oficio artesanal realizado con mimo, donde los periodistas siguen pateando la calle y tratando a las fuentes cara a cara, donde el trabajo se sigue haciendo por amor al arte, por vocación, porque sí.

Son multitud los municipios españoles en los que se editan pequeñas publicaciones que sobreviven a duras penas y que salen adelante con el esfuerzo de unos pocos, periodistas o no, aprendices en cualquier caso. No hay registros ni datos oficiales; no se saben cuántos son ni cuantos ejemplares publican; no están apenas organizados –no hay ninguna asociación específica de prensa de información local- ni son noticia más allá de su ámbito, pero ahí están, saliendo a la calle cada semana, cada quincena, cada mes, cuando se puede, cumpliendo una labor social nunca lo suficientemente reconocida.

Y permítanme que ponga mis ojos en un caso concreto, una pequeña publicación que ha cumplido este 2010 95 años de vida, ahí es nada, que ve la luz en el municipio onubense de Isla Cristina –es la más antigua de Huelva y la tercera de Andalucía-, que ha sobrevivido a una guerra, infinitas crisis, a la monarquía, la república y la dictadura, a ayuntamientos democráticos de todos los colores… y ahí sigue, manteniéndose a flote gracias a la publicidad y la venta de ejemplares, saliendo adelante no sin dificultad, sin subvenciones, sin ayudas y sin mendigar.

Me estoy refiriendo a “La Higuerita”, un milagro del periodismo que tiene una periodicidad quincenal, que es de pago -1,50 euros- y que cuenta con una tirada de 1.300 ejemplares y una audiencia de 9.000 lectores para una población de 20.000 habitantes. Además, no sólo se vende en los quioscos y librerías de la localidad, sino que, vía suscripción, alcanza todos los rincones de España y alguno que otro de más allá de nuestras fronteras. Y es que no sólo se trata de un medio de comunicación, sino que este tipo de publicaciones son también el cordón umbilical que mantiene unidos a muchos ausentes con sus pueblos de origen. Y si a algún punto no llega con el papel, también dispone de una edición digital –www.periodicolahiguerita.com- que, en poco más de un año de vida, ronda las 200.000 visitas. Y es que, la tradición y las nuevas tecnologías no tienen por qué estar reñidas.

¿Qué cómo se logra algo así con la que está cayendo? Pues gracias a la labor de periodistas si no de formación, sí de vocación; gracias a personas que dedican sus ratos libres a escribir, a hacer fotografías, a entrevistar a los personajes más representativos de su ámbito, a hablar con la gente, a redactar gacetillas y crónicas de vida social. A plasmar, en definitiva, las pequeñas realidades de la vida cotidiana, a hacer periodismo local, hiperlocal si me apuran ahora que este término está tan de moda, a hacer periodismo de verdad, del bueno, del que no espera nada a cambio.

Y aunque en los últimos años han ido apareciendo en municipios de cierta entidad publicaciones locales gratuitas pertenecientes a grupos de comunicación –caso de Publicaciones del Sur, en Andalucía; Gacetas Locales, en Madrid; o Gente, en todo el territorio nacional-, su forma de trabajar, su “estandarización”, su propia estructura, poco o nada tienen que ver con este tipo de prensa local artesanal a que nos referimos, independiente y que se mantiene, no como un negocio –cuánta prensa ha nacido al abrigo de la publicidad institucional y las subvenciones- sino casi como una institución.

lunes, 11 de octubre de 2010

Auge y caída de 33 vidas encumbradas a lo más alto para dejarlas caer después

33 vidas son 33 vidas, ya sea en Chile ya en Pakistán. Sin embargo, los medios de comunicación nos hemos encargado de que la vida de 33 mineros atrapados bajo tierra desde hace dos meses sea mucho más importante que la muerte de tanta y tanta gente en cualquier otro rincón del mundo. Como un perro agarra a su presa, los periodistas hemos decidido que esta historia es un filón y que debe llenar páginas y páginas. De aquí están saliendo portadas, reportajes y, sin duda, se rodará alguna película.

Nosotros, los periodistas, hemos encumbrado a estos 33 hombres cuya vida hemos decidido que vale más que, sin ir más lejos, la muerte de unos cientos de compromisos suyos en el terremoto que asoló Chile hace sólo unos meses. Ni siquiera el devastador temblor de tierra que destruyó Haití ha merecido tanto espacio en los medios.

33 vidas son 33 vidas. Pero éstas valen más porque la historia vende, porque la sensibilidad está a flor de piel, porque el planeta está pendiente de cómo, cuándo y cómo salen de ese infierno en que quedaron encerrados un 5 de agosto.
En infinidad de rincones del mundo mueren mineros sepultados y otros, con más suerte, son rescatados con vida. Pero éstos hemos decidido encumbrarlos y convertirlos en héroes, sin más mérito que haber sido afortunados y no haber muerto sepultados. Nada les hace diferentes de otros tantos que han muerto. De hecho, si hubieran muerto aquel 5 de agosto no habrían merecido más que una columna -o quizás ni eso- en una página de la sección de Internacional de los periódicos.

33 vidas son 33 vidas. Pero éstas van a ser carne de cañón. Cuando salgan se encontrarán con un despliegue mediático sin precedentes. Serán portada de periódicos, serán entrevistados para medios de todo el mundo, los flashes de las cámaras les cegarán durante unos días... Serán el centro del universo pero, ¿durante cuánto tiempo? Un par de semanas a lo sumo, quizás en Chile algo más.

33 vidas son 33 vidas, pero poco las iremos olvidando y en no mucho tiempo no sabremos si les han despedido de la mina, si viven en la miseria o han rehecho sus vidas, si no han soportado volver al anonimato y se han refugiado en el alcohol o las drogas para superarlo. Les habremos subido a lo más alto para dejarlos caer. Y ni siquiera giraremos la cabeza para ver como se estrellan. Muchos de estos hombres jóvenes quizás mueran en unos meses en otro accidente en otra mina. Sea como fuere, una vez cumplido su papel de alimento de la bestia informativa, una vez deglutidos en el intestino del sistema, no serán más que un excremento más.

33 vidas son 33 vidas y ésta son como las demás, ni mejores ni peores. Pero no nos interesará saber nada de ellos después. Así son las cosas y así se las hemos contado.

viernes, 8 de octubre de 2010

Periodismo en 140 caracteres

La revuelta policial que la pasada semana sufrió Ecuador y que su presidente, Rafael Correa, calificó de intento de golpe de Estado, se convirtió en un hecho histórico, no tanto por su trascendencia –más bien escasa- sino por haberse convertido en el bautismo de fuego de Twitter como medio de comunicación.

Bien es cierto que en anteriores ocasiones ya había servido para dar a conocer la situación interna de algunos países o para mostrar la represión, como fue el caso de las revueltas en Irán de comienzos de este año. Sin embargo, en esta ocasión se pudo seguir, minuto a minuto y a través de esta red social, lo que estaba ocurriendo en el país antes de que las propias agencias de noticias informaran o de que las ediciones digitales de los medios ecuatorianos lo colgaran en sus páginas.

La cobertura de los hechos que hicieron numerosos periodistas a través de sus cuentas en Twitter fue seguida por miles de personas que, a su vez, “retuiteaban” los mensajes a sus seguidores, multiplicando exponencialmente el eco de estos mensajes de hasta 140 caracteres de longitud. Especial atención merece el caso de la periodista quiteña Susana Morán, que desde las calles de su ciudad, y a través del móvil, fue "tuiteando" en directo todo cuanto ocurría para la red social. Tal fue su eco que ahora tiene cerca de 9.000 seguidores.

Pero no sólo fueron los periodistas los que hicieren uso de esta herramienta. De hecho, fue esta red social la elegida por la Presidencia de Ecuador para decretar el Estado de Excepción –“Gobierno declara estado de Excepción” rezaba el escueto mensaje-, dado que Rafael Correa estaba acorralado en un hospital por los agentes amotinados. Una hora después era el vicepresidente del país el que utilizaba la misma cuenta para mostrar su lealtad: “Vicepresidente de la República ratifica su total apoyo al Presidente Rafael Correa Delgado”. Y así, poco a poco, a través de esta canal, distintas autoridades e instituciones ecuatorianas fueron mostrando su apoyo a la legalidad vigente. Paralelamente, Twitter fue utilizado también por otros presidentes de países vecinos para mostrar su apoyo a Correa.

¿Quiere decir esto que hasta ahora no se le hubiese dado este uso a Twitter? En absoluto, pues ya se utiliza para retransmitir acontecimientos deportivos o eventos de cualquier tipo en directo, pero lo que sí es cierto es que este hecho ha sido una especie de puesta de largo oficial. Si hasta la fecha muchos veían la web del pajarito como un entretenimiento o como un sitio más en el que estar para completar el kit de perfecto internauta, ahora ha demostrado que, no sólo es una de las herramientas más utilizada por los periodistas –profesión que ha hecho de Twitter un soporte más-, sino que incluso las administraciones se han dado cuenta de su enorme potencial como altavoz.

Aunque hay muchas voces aún que dudan que Twitter pueda definirse como un medio de comunicación y que creen que en 140 caracteres es imposible hacer periodismo, hay también infinidad de opiniones que opinan lo contrario y que consideran que su inmediatez, su uso a través de cualquier otro dispositivo portátil, y su interactividad convierten esta herramienta en un arma de gran valor para los informadores, puesto que, además, permite colgar fotografías, enlazar con informaciones más amplias o con blogs…

Y es que no hay que olvidar que esta red social –o agencia de micronoticias personales, como la han definido algunos- cuenta con 145 millones de usuarios en todo el mundo. Además, es gratis, puede ser utilizada desde un teléfono móvil y es abierta, es decir, cualquiera puede seguir a cualquiera sin permisos ni autorizaciones. Si tenemos en cuenta además que los “tuits” o mensajes pueden ser “retuiteados” a su vez infinitas veces, nos dan idea del efecto multiplicador que un titular puede alcanzar en esta red. Y es que un buen periodista puede decir mucho en sólo 140 caracteres.

lunes, 4 de octubre de 2010

Anunciante, apadrine a un periodista por poco dinero

Los anunciantes en medios de comunicación podrían apadrinar periodistas, como se apadrinan negritos en África, y, a cambio, el periodista apadrinado se convertiría en soporte publicitario del producto anunciado.

Asegura la Asociación de la Prensa de Madrid, en su avance del Informe Anual de la Profesión Periodística, que el número de profesionales de la comunicación que se han quedado en el paro en el último año ha pasado de 3.030 a 6.500. Y lo que es peor, la situación económica de las empresas periodísticas no tiene visos, en general, de mejorar, pues el mercado publicitario se sigue manteniendo bajo mínimos y, en cualquier caso, creo que nunca alcanzaremos los niveles previos a la crisis.
Por tanto, y ante el cariz que toma la situación, propongo a los anunciantes de este país, públicos o privados, grandes o pequeños, españoles o extranjeros, una acción novedosa y muy beneficiosa para todos: adoptar a un periodista. Así de simple y así de sencillo. Con esta idea, la inversión publicitaria que haga un medio -que suele ser de varios miles de euros- iría, directamente, a sufragar total o parcialmente el sueldo de un periodista. Si se trata de una campaña potente, se podrían apadrinar varios o, incluso, a un redactor jefe o un subdirector.
A cambio, el apadrinado serviría, durante el tiempo estipulado, de soporte publicitario de la marca en cuestión, bien a través de prendas de ropa -camisetas con mensaje-, salvapantallas del ordenador, carteles, pegatinas o, incluso, si el cliente lo paga, pintando el coche con la identidad corporativa del anunciante apadrinador. Igualmente, y por un plus, el periodista apadrinado divulgaría las excelencias del producto anunciado allá donde fuese a ejercer su trabajo, ya sea en ruedas de prensa, entrevistas, juicios, conflictos bélicos... Así, en plena rueda de prensa de la administración correspondiente, levantaría la mano y, antes de hacer la pregunta pertinenete, explicaría a los presentes las bondades del anunciante. Si esta idea se extiende, los distintos periodistas que cubran un acto intercambiarían mensajes publicitarios entre sí, con las consiguientes ventajas para los anunciantes.
Este tipo de contratos de apadrinamiento asegurarian al apadrinado la continuidad de su puesto de trabajo en tanto en cuanto dure la campaña publicitaria en cuestión y, si se esmera en su labor informativo-comercial, el anunciante podría prorrogar la campaña.
Se trata sólo de una idea susceptible de mejoras y es adaptable a las necesidades de cada medio y de cada anunciante pero, en fin, podría servir al menos para dar un poco de esperanza a los sufridos periodistas. Además, estas acciones podrían desgravar -como si se tratara de donaciones a una ONG- y, además, el anunciante recibiría una foto del periodista -por si la quieren llevar en su cartera y luego enseñarla a otros anunciantes- y un informe semanal de sus actividades, sus progresos vitales, si ha logrado seguir pagando su hipoteca...
Ahí la dejo.

domingo, 3 de octubre de 2010

Pagar por la información es una cuestión no sólo de principios, sino de responsabilidad

La cultura de lo gratis sólo puede traer consigo la desaparición de los grandes medios de referencia, con lo que sus ediciones digitales también desaparecerían. ¿Pasa el futuro por informarnos exclusivamente a través de pequeños medios digitales, de confidenciales, de blogs...? Yo creo que estas opciones son un magnífico complemento, pero unos sustitutos. Pagar por la información, por los contenidos, es una obligación moral y una inversión de futuro.

Cuando los profesionales de esto del periodismo debatimos sobre el futuro de los medios, en demasiadas ocasiones nos olvidamos de un elemento clave: el lector, el oyente o el telespectador, llamémosle como queramos. Su papel, más allá de nuestros esfuerzos por mejorar y dignificar la profesión, más allá de los avances tecnológicos, más allá de los contenidos o de los soportes, es fundamental porque, al final de todo el proceso, es el que elige entre un medio u otro, entre un soporte u otro.

Y ese conjunto de receptores del mensaje, esa audiencia, se guía por muchos factores, pero uno de ellos es el del precio o, mejor dicho, el del no precio. La llegada de Internet ha a muchas ventajas, ha cambiado el mundo que conocemos, pero también ha acarreado no pocos problemas y uno de ellos, quizás el más grave en lo que atañe al periodismo, es la gratuidad, el desprestigio del precio como contraprestación a un trabajo.

La piratería ya se ha llevado por delante la gran mayoría de los videoclubes de España, no pocas compañías de música y un gran número de cines. Nos estamos acostumbrando a no pagar por nada, a asumir que todo está ahí y lo podemos coger. Es como si, de repente, la gratuidad se hubiera convertido en un derecho inalienable del internauta al que nadie pudiera poner cortapisas. Cada vez que las administraciones tratan de legislar al respecto, se alzan voces en contra, como si la red tuviese que ser un autoservicio gratuito en el que cada cual pudiese servirse lo que quiera, cuando quiera y como quiera.

De acuerdo que la prensa digital es gratuita y que quien se informa a través de periódicos online no comete ningún delito. Pero no debemos olvidamos que, quien más y quien menos, desea informarse a través de medios de prestigio, es decir, la versiones digitales de las publicaciones tradicionales. Sin embargo, todos sabemos, y si no lo deberíamos saber, que si sólo accedemos a los contenidos gratuitos en Internet, es decir, no compramos el periódico en papel, la supervivencia de ese medio se tambalea y, en no mucho tiempo, acabará cerrando pues, hasta ahora, sus ediciones online no les suponen ingresos suficientes.

¿Qué ocurrirá entonces si nadie compra periódicos en papel? Pues que desaparecerán los medios de referencia y sólo quedarán medios nativos, es decir, nacidos en Internet. No digo yo que no puedan ser fiables a largo plazo, pero ¿qué medio digital puede permitirse una redacción amplia y preparada como para poder cubrir cualquier hecho?, ¿pueden acaso éstos mantener una red de corresponsales, enviar periodistas a una guerra o a seguir un Mundial de Fútbol?

Si desaparecen los grandes, ¿debemos fiarnos únicamente de los confidenciales y de los pequeños medios que se nutren de información de tres o cuatro agencias, lo que supondría que todos llevasen las mismas informaciones?

Una cosa está clara y es que hace falta un poco de honradez, de ética, de principios, de solidaridad si me apuran, pues, de lo contrario, en unos pocos años la calidad de los medios no será la misma. Comprar el periódico en papel o pagar por contenidos online es, no sólo una inversión en calidad informativa, sino una responsabilidad de todos aquellos que amamos el periodismo. Y si no, atengámonos a las consecuencias.