domingo, 19 de diciembre de 2010

El periodismo, sus horarios y la imposible conciliación familiar o cómo arruinar tu vida

En mayor o menor medida, todos en esta profesión estamos por devoción y no por obligación. La mayoría de nosotros amamos esto del periodismo. Sin embargo, aquéllos que trabajamos en medios de comunicación, ya sea prensa escrita, radio o, en menor medida, televisión, tenemos bastante difícil llevar una vida medianamente normal. Vale que no somos funcionarios, que no pretendemos trabajar de ocho a tres de la tarde, ni fichar... Pero eso no quita para que algunos, al menos los que tenemos familia, hijos y esas cosas, sí echemos de menos algo de normalidad, entendiendo como tal poder llegar a casa antes de que estén acostados, disfrutar con ellos los fines de semana y festivos o no estar pendiente todo el día del teléfono móvil "por si ocurre algo". A veces, cuando oigo que se trata de una de las profesiones con más índices de divorcio no me sorprende e, incluso, me extraña que no haya más.
Pero más allá de que es lo que hemos elegido y de que es difícil adaptar la actualidad a la vida familiar, no es menor cierto que en la mayoría de los medios que conozco los horarios se rigen por antiguas prácticas, por modelos caducos en los que la presencia física en las redacciones era necesaria. Hoy en día, muchas de las tareas se podrían hacer desde casa o desde el lugar en el que ocurre la noticia.
En los periódicos prima más el cuánto que el qué; importa más las horas que se está en la redacción que la productividad. ¿De verdad hace falta trabajar 10 ó 12 horas diarias para escribir tres o cuatro informaciones?, ¿realmente es necesario pasar todo el día en el periódico? Curiosamente, cada vez los medios tienen menos noticias de elaboración propia y más de agencias, de nota de prensa, de comunicado, de rueda de prensa, de nevera. ¿Es necesario para hacer un periodismo cada vez más de corta y pega estar todo el día haciendo acto de presencia?
Yo, sinceramente, creo que no. Y veo también que la gente, al menos aquella gente a la que nadie espera en casa y cuya vida fuera de la redacción se reduce a la mínima expresión, prefiere estar allí, perdiendo el tiempo muchas veces, antes que salir a la calle, aunque sólo sea en busca de noticias frescas. Sé de gente que entre las veces que sale a fumar, el tiempo que pasa junto a la máquina de café... Apenas trabaja de verdad más allá de cuatro o cinco horas.
Sé que en muchos casos es difícil, pero en otros el trabajo se podría hacer perfectamente desde casa, con un ordenador en red conectado al software del periódico.
Del mismo modo, teniendo en cuenta que los medios digitales funcionan las 24 horas al día todos los días del año, ¿para qué nos empeñamos muchas veces en los medios en papel en tratar de meterlo todo en las páginas? ¿Acaso no nos damos cuenta de que por tarde que cerremos siempre habrá algo que se nos escape? Aunque cerremos a las tres de la mañana, lo que ocurra a las tres y un minuto no entrará.
Seamos conscientes de nuestras limitaciones y de la realidad cambiante. El papel debe asumir su nuevo papel interpretativo, de análisis de datos, de opinión, de explicación, y dejar de obsesionarnos por la información pura y dura, que para eso están ya los digitales o los boletines informativos de las radios y las televisiones. Salvo noticias puntuales como acontecimientos deportivos, reuniones de última hora... es absurdo cerrar a las tantas. En el resto de Europa la mayoría de los diarios en papel cierran sus ediciones mucho antes que en España y sin complejos.
Pero, reconozcámoslo, lo de estar en el trabajo muchas horas no ocurre sólo con los periodistas en este país, sino que es habitual el estar. Eso sí, luego tenemos los índices de productividad que tenemos.
Y es que, nos llenamos la boca con reportajes sobre la conciliación familiar pero no somos capaces de aplicar eso mismo a nuestras vidas. Y así nos va.

jueves, 16 de diciembre de 2010

La reputación digital: por qué y para qué

Ahora que las empresas se han lanzado a la red en busca de imagen, de clientes o de negocio, uno de los factores quizás más a tener en cuenta es de la denominada reputación online o, lo que es lo mismo, el prestigio que una determinada marca o producto tiene entre la comunidad digital. De hecho, hay quien asegura que la gestión de la reputación online es el resultado de conjugar la imagen que tiene de sí misma una empresa, la que quiere proyectar y la percepción real que tiene su público como resultado. Habitualmente, esto era algo que dependía de la propia compañía; sin embargo, con Internet, y muy especialmente con la llegada de la web 2.0, dicho prestigio está en manos de los blogueros, de las redes sociales, de los foros… No hay que olvidar, por ejemplo, que la segunda fuente de más confianza a la hora de tomar decisiones de compra en España –tras el consejo de familiares y amigos- son las opiniones en Internet. Por eso es muy importante para cualquier empresa tratar de gestionar el conocimiento, seguimiento y control de toda la información que le afecta, pues la mayor campaña de publicidad o la más cuantiosa operación de marketing pueden verse arruinadas por la mala crítica de un bloguero, las opiniones adversas de los usuarios en las redes sociales o cualquier otra iniciativa surgida para desprestigiarla.

Es el caso, por poner un ejemplo, del daño que sufrió la reputación online de Nestle, a causa de la acusación por parte de Greenpeace de que utilizan aceite de palma para la elaboración de su conocido “Kit kat”. La tala masiva de árboles de las selvas donde habita el orangután llevó a esta ONG a lanzar a través de la red varios vídeos de gran dureza que censuraban estas prácticas. Éstos comenzaron a circular a través de las principales redes sociales y no tardó en ser visto por cientos de miles de personas. Pero la mala imagen se vio empeorada por la respuesta de la compañía suiza, que se enfrentó a la comunidad online y trató de censurar los comentarios críticos en Facebook.

Este tipo de fallos son los que un community manager, es decir el profesional que debe velar por la reputación online y por mantener una relación fluida con los internautas, no debe cometer. Al fin y al cabo, esta labor no deja de ser una tarea más de un departamento de comunicación, razón por la cual este puesto lo suelen ocupar periodistas o personas venidas del mundo del marketing.

Porque, en el fondo, más allá del manejo de herramientas y de saber moverse como pez en el agua por las redes sociales, lo importante es ser capaz de ir por delante de las posibles críticas; intentar crear una buena identidad digital, que sea percibida de forma positiva por los internautas; saber neutralizar las opiniones negativas pero sin perder nunca el respeto a los autores; tratar de ganarse a los blogueros más influyentes y a los gurús que más seguidores tienen en las redes…

Sin embargo, no todas las empresas cuentan actualmente con este puesto por lo que, en muchos casos, no son capaces de reaccionar a tiempo cuando se encuentran con una campaña negativa en Internet o con malas opiniones. Como aseguraba recientemente José Antonio Gallego, presidente de la Asociación Española de Responsables de Comunicación Online (AERCO), a un diario, "el problema es que muchas compañías confunden la figura del community manager con la de un comercial que llena de mensajes los foros".

Con todo, también hay quien cree que lo importante es que se hable de uno, aunque sea mal.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Wikichascarrillos. Una reflexión sobre lo periodístico de las filtraciones y la sobrevaloración de la verdad

Tim Berners-Lee, considerado uno de los padres de la web, aseguraba recientemente en una conferencia que “el futuro del periodismo pasar por el análisis de los datos”. Sus declaraciones, recogidas por el diario británico “The Guardian”, abundan en el hecho de que, hoy en día, no vale con redactar noticias, con escribir sobre lo que ocurre, sino que hay usar los datos, trabajar sobre ellos, analizarlos. “Antes –asegura- se podían conseguir buenas historias charlando con la gente en un bar, pero eso, aunque aún puede ocurrir a veces, es cada vez más improbable, por lo que los periodistas necesitan equiparse con las herramientas necesarias para discernir lo que es importante de lo que no lo es, para mantener la perspectiva, encajar las piezas y ser capaces de explicar a la gente qué esta ocurriendo”.

En esta línea de pensamiento cabe mencionar la creación, por parte de la City University de Londres, de un master en Periodismo Interactivo, que aborda los cambios que afronta la profesión y los medios de comunicación, uno de cuyos ejes es lo que denominan Data Journalism o, lo que es lo mismo, “sourcing, reporting and presenting stories through data-driven journalism and visualising and presenting data”. Es decir, crear informaciones a partir de los datos.

Y digo todo esto a modo de introducción, porque durante las dos últimas semanas no hemos oído hablar de otra cosa –con permiso de los controladores- que no sean las filtraciones diplomáticas de Wikileaks, es decir, dar a conocer cientos de miles de cables enviados por los embajadores estadounidenses de medio mundo a su país. La web de Julian Assange –ahora prácticamente clandestina- pasó a un puñado de periódicos, entre ellos “El País”, toda la información para que éstos la hicieran pública. Desde entonces, cual folletín, viene siendo desgranada a diario más en función de aumentar las ventas –o de generar expectación al menos- que del interés periodístico.

Han sido muchos los que se han lanzado a decir que estos documentos suponen un antes y un después de las relaciones diplomáticas mundiales, que ponen en entredicho el papel de los periodistas y de los medios tradicionales… Pues bien, 12 días después de que empezasen a publicarse las filtraciones, no tengo yo la sensación de que las cosas hayan cambiado tanto. Y es que, en mi humilde opinión, estas revelaciones no hacen sino confirmar lo que todo el mundo pensaba. Nada nuevo bajo el sol. ¿O acaso alguien pensaba que los embajadores sólo se limitaban a obsequiar ferrerosrocher a sus invitados? Pues hacen lo que se supone que tienen que hacer: informar, influir, mediar, presionar si es necesario…

No resto valor a la exclusiva ni quito importancia a lo que se ha sabido –en lo que se refiere a España, especialmente lo relacionado con el caso Couso-, pero sí que considero que en la parte que me toca, es decir, en la periodística, le veo más merito a separar el trigo de la paja que al hecho en sí de su publicación pues, si alguien se las hizo llegar a Assange por propia voluntad, y éste a su vez se las ha pasado a los periódicos, ¿dónde está la labor periodística?, ¿dónde el análisis de los datos? Porque yo aquí veo más una selección que una interpretación. Se ha sido bastante poco selectivo y, en muchos casos, temerario, pues quizás se esté poniendo en peligro la vida de determinadas personas.

Quizás, y en esto habrá mucha gente que no coincida conmigo, la verdad esté sobrevalorada, especialmente cuando nos movemos sobre una estructura basada en los convencionalismos, la corrección política y la hipocresía. Y es que, si de repente todo el mundo supiese lo que decimos los unos de los otros, nuestro sistema de relaciones, de amistades, de familia, de trabajo, se rompería en mil pedazos. Y, además, ¿dónde está escrito que lo que se dice es más cierto que lo que no se dice, que lo que se cuenta es menos falto que lo que se piensa y no se expresa en voz alta? Muchas veces decimos lo que los demás esperan oír y no lo que realmente opinamos, así que sacar de una conversación privada una frase dándola como verdad absoluta es, cuanto menos, parcial.