lunes, 2 de noviembre de 2009

Lo políticamente correcto, una nueva forma de censura

No hay peor censura que la no escrita, que la que se autoimponen los medios por miedo a las reacciones de determinados colectivos biempensantes que se arrogan el poder de decidir qué se puede decir y qué no. De ahí a la dictadura, sólo hay un paso.

Una de las losas más pesadas de la sociedad en la que nos ha tocado vivir es la de lo políticamente correcto, una censura disfrazada de “buen rollo” que ha perfilado un estrecho camino ideológico del que no es recomendable salirse, ni siquiera pisar los bordes, si no se quiere correr el riesgo de ser expulsado del redil. Esta meliflua corriente que lo invade todo y que coarta toda libertad de pensamiento ha arrastrado también a la inmensa mayoría de los medios de comunicación, que por convicción u obligación han optado por tratar de sacar lo menos posible los pies del tiesto.
Esta situación de censura se ha puesto de manifiesto recientemente en dos ocasiones que me han llamado significativamente la atención. En primer lugar, hace poco más de un mes, el diario “El Mundo”, con motivo del 70 aniversario del inicio de la II Guerra Mundial, entrevistaba a una serie de historiadores, entre ellos a David Irving, un revisionista que llega a plantearse la existencia del Holocausto. Posteriormente, la pasada semana la BBC, la televisión pública del Reino Unido, decidía invitar a un debate de máxima audiencia con políticos de otros partidos a Nick Griffin, máximo dirigente del Partido Nacional Británico, una formación política de extrema derecha y de marcado carácter racista que aboga sólo admite a blancos entre sus filas, que está en contra de la inmigración. En ambos casos, la polémica generada fue enorme. Tanto la entrevista con el historiador como la participación televisiva del político provocaron protestas, quejas...
El debate que abren este tipo de situaciones es profundo, pues alcanza a los cimientos mismos de la libertad de prensa. ¿Deben los medios dar cabida a todas las opiniones, las compartan o no?, ¿deben los medios decidir qué opiniones son “malas”?, ¿se deben censurar determinadas opiniones? Evidentemente, si cuestionamos la libertad de prensa, cuestionamos también la existencia misma de los medios, del periodismo.
No cabe duda de que hay opiniones peligrosas, de que hay opiniones deleznables y totalmente rechazables, pero eso no quiere decir que no existan, que no estén ahí, entre nosotros, y de que mucha gente las comparta. ¿No deben tener cabida en los medios? Nadie está hablando aquí de defenderlas ni de compartirlas, sino de manifestar su existencia. No creo que la actitud que deban adoptar los medios de comunicación sea la del paternalismo protector, sino la de mostrar la realidad tal cual es, pues lo contrario nos acabaría llegando a dar sólo noticias buenas y evitar las malas, a dar sólo opiniones buenas y evitar las malas, lo cual supondría, lógicamente, que alguien tendría que decidir cuáles son las buenas y cuáles las malas, y eso sólo tiene un nombre: censura.
Pero vayamos más allá: al interés periodístico. Hubieran debido dejar de publicar los medios entrevistas con los jerarcas nazis tras la II Guerra Mundial, o con un líder de los jemeres rojos, o con un asesino en serie o con un líder talibán. ¿Se imaginan a los medios rechazando una hipotética entrevista con Hitler, sólo porque sus ideas sean abominables?
Se debe partir de la base de que las sociedades libres están formadas por ciudadanos libres y, para ello, necesitan una prensa libre, sin ataduras morales. Y no hay peor censura que la que no está escrita, que la que se autoimponen los medios por miedo a las reacciones no sólo de los gobernantes, que también, sino de determinados colectivos biempensantes que, en nombre de una ciudadanía indeterminada y etérea, se arrogan el poder de decidir qué es políticamente correcto y qué no, qué se puede decir y qué no, qué se puede pensar y qué no. De ahí a la dictadura, sólo hay un paso.

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