jueves, 13 de mayo de 2010

Los periodistas somos intermediarios del mensaje, no manipuladores

¿Y si el debate no fuera papel o digital, gratuito o de pago, redacciones integradas o separadas... sino periodista con o sin calidad?, ¿y si el debate no fuese la forma, es decir, el continente, sino el fondo, es decir, el contenido?, ¿y si el futuro del periodismo no pasase tanto por el modo en que el mensaje llega, sino por el modo en que creamos ese mensaje?

Nos devanamos los sesos tratando de averiguar cuánta vida le queda al papel o a la radio y a la televisión, tal y como la conocemos hoy en día, y nos olvidamos, con demasiada frecuencia, qué papel jugamos los periodistas en la nueva sociedad, qué rol desempeñamos en un mundo en el que hay sobreabundancia de información, en el que manda la inmediatez, en el que las imágenes y el sonido de lo que está ocurriendo se pueden seguir en directo, en el que cualquier ciudadano con una cámara se convierte en testigo de lo qué pasa y lo puede hacer llegar al mundo al instante a través de Internet.

¿Somos necesarios los periodistas en la sociedad de la información? Para bien o para mal, la respuesta no está clara. Hay quien asegura que más que nunca, que somos los únicos garantes de un periodismo de calidad, el último filtro que le queda al lector para separar la paja del grano, un tamiz capaz de discernir, de explicar, de poner orden, de interpretar, de dar un valor añadido al hecho en sí mismo.

Pero, ¿y si el periodista no hace esa labor, bien por que no quiere, porque no sabe o porque no le dejan? Decía la pasada semana José María Martín Patiño, sacerdote y presidente de la Fundación Encuentro, en un artículo publicado en “El País”, que “muchos experimentamos con tristeza que la opinión pública que nos transmiten en general los periodistas españoles es muy diferente según el periódico que caiga en tus manos. No exagero si digo que parecen hablar de mundos distintos. No faltan quienes ya han dejado de tomarse en serio lo que dicen unos u otros. ¿Por dónde anda el sentido de la verdad? ¿O es que esto de la veracidad ha pasado a segunda fila?”.

Estamos de acuerdo en que no existe la imparcialidad ni la objetividad, pero los medios de comunicación se convierten cada vez más en bloques monolíticos que apuntan en una única dirección. El margen que queda para la verdad es demasiado estrecho y eso el ciudadano lo nota y, aunque comulgue con las filias y fobias del medio, se puede sentir engañado. No debemos confundir el análisis y la interpretación con la manipulación.

A este respecto, Pascual Serrano, periodista de “Le Monde Diplomatique”, aseguraba recientemente en su blog que “la ciudadanía se indigna ante cualquier intento de dirigismo político e ideológico. Sabedores de eso, la estrategia actual de los medios es disimular a toda costa la intencionalidad para que pase inadvertida a las audiencias y pueda ser efectiva. El objetivo es proporcionar (u ocultar) al lector, oyente o espectador determinados elementos de contexto, antecedentes, silenciamientos o métodos discursivos para que llegue a una conclusión y posición ideológica determinadas, pero con la percepción de que es el resultado de su capacidad deductiva y no del dirigismo”.

Por todo ello, me vienen a la cabeza las palabras pronunciadas hace unos días por Juan Luis Cebrián durante la entrega de los premios Ortega y Gasset: “Los periodistas somos tan sólo intermediarios. Como dice Eugenio Scalfari, gente que cuenta a la gente lo que le pasa a la gente. Qué pueda significar eso en un mundo en el que la propia idea de mediación desaparece, en el que el narrador es a la vez protagonista y primer oidor de los hechos que narra, es algo que todavía, como dicen los castizos, está por ver. Pero, mientras llega ese momento, el periodismo tiene que volver a sus fuentes: verificar la información y contar la verdad”. Pues eso.

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