sábado, 27 de junio de 2009

Lo gratis, el periodismo y la España cañí

¿La crisis que afecta a los periódicos es sólo económica o estamos asistiendo a un cambio de ciclo, a un cambio de hábitos por parte de la sociedad? Si la necesidad humana de estar informado no sólo no es menor, sino que es cada vez mayor, ¿qué pasa con los diarios? En realidad la gente no ha dejado de leerlos, ni ha perdido el interés por ellos. Simplemente está dejando de comprarlos. Es así de sencillo. Todo el mundo cree importante la labor de la prensa, todos lo sienten cuando cierra un periódico, todos defienden el papel de los periodistas y aplauden su trabajo... Sin embargo, la gente no compra periódicos.
Pero en realidad estamos sólo ante un síntoma de un problema mucho más grave. Seguimos siendo el país de la picaresca, del ande yo caliente, del listillo, del todo vale. En nuestra conciencia subyace ese "pagar es de tontos", ese algo tan español, esa característica tan nuestra. Es algo que no se limita a la compra de periódicos, por supuesto, sino que se extiende a todos los ámbitos de la vida. Todos queremos hospitales y carreteras, pero quien puede escaquearse de pagar impuestos lo hace, porque sabe que otros lo harán y seguirán haciendo posible que el Estado preste servicios. Eso mismo es aplicable al pirateo o a la compra de periódicos.
El problema no es la descarga ilegal, sino el no darnos cuenta de que detrás de ese producto que nos bajamos hay un duro trabajo, una labor creadora... Y que para que siga habiendo creación, debe haber una contrapartida económica.
A casi todo el mundo le gusta echar un vistazo al periódico y encontrar buenos reportajes, buenas infografías... en definitiva, un buen producto. Tanto es así, que son muchos los que consideran los periódicos gratuitos un producto de mala calidad, porque poco o nada tienen que ver con los de pago -a pesar de que realizan una labor muy importante y de que también tienen un trabajo periodístico detrás-. Sin embargo, para que ese producto siga siendo de calidad, para que siga llevando suplementos, guías de ocio, revistas... Para que sigan denunciando la corrupción, destapando escándalos, sacando los colores a los políticos, etc. Para que todo eso siga llegando cada mañana a los quioscos, es imprescindible rascarse el bolsillo y gastarse un 1,10 euros, o lo que sea, que es mucho menos de lo que cuesta un caña, un café o un paquete de tabaco y, además, alimenta el espíritu.
Porque si seguimos disfrutándolo sin pagar jamás, pensando que otros ya lo compran, pues pronto pasará lo que en un breve plazo pasará con la música o el cine. Y no es alarmismo. Los datos están ahí. Las descargas han llevado a miles de videoclubes y a decenas de cine al cierre; ya no quedan tiendas de discos pequeñas y son multitud los periódicos que han dejado de salir a la calle o que han presentado EREs salvajes, dejando a miles de periodistas en el paro.
Eso no es aventurar el futuro. Eso es realidad, está ahí, basta querer verlo.
Porque quien crea que las cosas pueden ser gratis es un iluso, un necio o un descerebrado. En algún punto de la cadena alguien tiene que pagar porque si no, el chollo se acaba. Pero allá con la conciencia de cada uno.

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