martes, 20 de abril de 2010

¿Existe realmente el periodismo de investigación?


Quizás sea un periodista atípico, pero he de reconocer que jamás me llamó especialmente la atención el caso Watergate –ese que masificó las facultades de Periodismo- ni me sentí jamás atraído por Woodward y Bernstein. No me sé de memoria los diálogos de “Todos los hombres del presidente” –de hecho no estoy seguro de haberla visto- y, a mí, las imágenes que me vienen a la cabeza cuando oigo hablar de “Garganta profunda” no son precisamente del fallecido Mark Felt. Tanto es así, que cada vez que alguien me dice que es un periodista de investigación o que está preparando un reportaje de investigación no puedo evitar echarme a temblar.

Y es que, no nos engañemos, ¿existe hoy en día el periodismo de investigación? Evidentemente, sí, haberlo haylo, pero, en mi opinión, es un género en clara vía de extinción, al que se le puede aplicar aquello de que entre todos lo mataron y él solito se murió. Porque hoy en día nos venden mucho reportaje de investigación en distintos medios, especialmente en televisión. ¿Es acaso periodismo de investigación mandar a un reportero y a un cámara a hacer un reportaje sobre la venta de drogas en un poblado marginal o sobre cómo se vive en un barrio de chabolas, entre ratas y charcos, o sobre la gente que duerme en la calle o sobre la prostitución callejera? Permítanme que les diga que, más allá de reconocer la valentía de los profesionales que los realizan, eso puede ser muchas cosas, pero, a mi juicio, tienen poco de investigación. Al fin y al cabo, qué nos dicen que no sepamos, qué nos descubren. ¿Acaso alguien no sabe dónde hay chabolas, dónde se vende droga o dónde se ejerce la prostitución? El efectismo, el sensacionalismo, el recoger los duros testimonios de los que sufren, el tratar de ponernos en la piel de la mujer que vende su cuerpo para poder dar de comer a sus hijos está muy bien pero, como en los viejos folletines, sólo buscan la lágrima fácil.

Pese a mis reservas hacia los grandilocuentes vendedores de grandes reportajes de investigación, no por ello deja de interesarme este género. De hecho, recuerdo haber leído con auténtica pasión, en mis tiempos de estudiante de Periodismo, un libro publicado hace ya más de dos décadas por la periodista y doctora en Ciencias de la Información Montserrat Quesada titulado “La investigación periodística”. Entre otras muchas perlas –que pese al paso del tiempo no perdido un ápice su vigencia- aseguraba que “todo profesional del periodismo debería ser simplemente un periodista investigador”. Sin embargo, todos sabemos que las cosas no son así y que, cada vez más, el redactor no va más allá de la información que generan las fuentes. Nos quedamos en la nota informativa, en las declaraciones realizadas en rueda de prensa sin derecho a preguntar, en el acto protocolario.

Como contrapunto, y para lavar nuestra conciencia, de vez en cuando se llenan páginas de grandes reportajes que, en muchas ocasiones nos quieren vender también como un trabajo de investigación. Acudiendo de nuevo a Montserrat Quesada y a su libro, asegura que “el simple hecho de que un escrito periodístico esté repleto de cifras, fechas, estadísticas, porcentajes económicos… no quiere decir que sólo por eso ya tenga que ser un texto propio del periodismo de investigación” y diferencia claramente entre el “artículo de investigación y el reportaje en profundidad”.

Al fin y al cabo, no basta con llevar una cámara oculta y robar unas declaraciones para hacer auténtico periodismo de investigación. Y, aún así, las pocas veces que se consigue, no debemos olvidar que cada filtración, cada “garganta profunda”, cada hilo del que tirar, responde a unos intereses, los suyos y que, por tanto, en demasiadas ocasiones el periodista de turno no es más que un títere para sacar a la luz lo que a otros interesa que se sepa.

Por tanto, cuando vean de nuevo “Todos los hombres del presidente” o cualquier otra película sobre periodismo, piensen que es sólo eso, una película.

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